jueves, 14 de abril de 2011

Crónica de un infarto al alma

Así comenzaba el día, un dolor de cabeza infernal seguido de una resaca endemoniada. No toleraba nada, siquiera el sonido de su respiración, al abrir los ojos solo observaba la figura de una mujer que dormía y, alrededor, solo oscuridad y tormento, los fantasmas de la habitación estiraban las paredes hacia el centro y la claustrofobia que nunca padeció fue incrementando dentro de su ser al sentirse encerrado en sí mismo, el freno que paraba su corazón era tan intenso que la exhalación de viento pareciera tan difícil y la vista nublada entorpecía sus acciones.

Gritar, no podía y la famosa luz al final del túnel venía hacía él, la señora huesuda llegaba por su vida, todo se terminaba por una simple razón: los excesos. Pasaron frente a él los momentos memorables de su vida y evocó situaciones que le hubieran dado alegría de vivir: todo un flash forward.

Aquello que no sucedió se esfumaba ante la realidad que cegaba su respiración, la presión en su pecho era tan intensa que, al intentar arrancar ese dolor se clavó las uñas en su alma y su ser, al estar dañado, no sintió dolor físico alguno, todo iba más allá y la filosa guadaña tomaba todo lo que él más quería: sus recuerdos.

La juventud y la depresión se iban junto a sus memorias, el cerebro paraba su trabajo y la sensación de ser la cena de algún diablo habitante del inframundo se veía más cerca que siempre e inmediatamente, imagino los gusanos devorando el polvo de su piel, la descomposición era inevitable y solo añoraba una oportunidad para corregir todo aquello que podía mejorar, no se arrepintió de nada.

El telón se bajó y las luces se apagaron… Estaba completamente curado.

Despertó en un nuevo instante, durante una eternidad sin presente alguno.

(En memoria de aquellos que se han ido por el camino de los excesos y ahora duermen).

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